Volver de la Antártida ha sido como regresar de otro mundo. Pero lo más revelador es darse cuenta de que ese «otro mundo» es, en realidad, el mismo mundo del que dependemos. A menudo lo olvidamos porque nos queda lejos, pero sin casquetes polares y glaciares, sin océanos sanos, sin biodiversidad, no hay futuro posible.
El silencio y el aislamiento de la Antártida te conectan contigo misma, pero también con lo que te rodea. Te invitan a parar, observar, respirar. A estar realmente presente. Aprendí a estar en el paisaje, a escuchar, a comprender los ritmos de un entorno que parece inmóvil pero que cambia cada segundo.
Pero, ¿qué significa estar presente en la Antártida? Para mí, significó reconectar con la naturaleza y con el planeta, entender que formamos parte de él, que nuestras decisiones tienen consecuencias y que, aunque a menudo lo olvidemos, dependemos de él para vivir.